“Sostenible: 1. adj. Dicho
de un proceso: Que puede mantenerse por sí mismo, […]”.
Como individuos, está a nuestro alcance conseguir una gestión eficiente
de los recursos a fin de respetar el medio ambiente, ser económicamente viables
y socialmente equitativos, los tres pilares del desarrollo sostenible que,
según el Informe Brundtland es aquel “que satisface las necesidades del presente, sin comprometer la
capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades”.

El urbanismo de las últimas décadas ha restado importancia a factores como la buena orientación de los bloques de vivienda, la protección de la radiación, la ventilación cruzada, la protección del paisaje circundante, el empleo de materiales autóctonos, en definitiva, el aprovechamiento de las ventajas proporcionadas por el entorno para el implemento de las estrategias pasivas de obtención de confort en los espacios habitables, que no suponen un incremento ni en los costes de construcción ni en el posterior mantenimiento. Los ejemplos que aún conservamos de arquitectura vernácula, tanto aislados como en su conjunto, tienen en consideración todos estos aspectos; pero el crecimiento acelerado y caótico de las ciudades ha dado lugar a un parque inmobiliario de escasa eficiencia energética, lo que nos lleva a pensar ¿qué hacemos ahora?
Los mayores consumos en vivienda
se concentran en la climatización del hogar (calefacción y aire acondicionado)
y en la refrigeración de los alimentos. La opinión pública es consciente del
ahorro que supone adquirir electrodomésticos de alta eficiencia energética y esto
puede extrapolarse a la valoración de la vivienda en su conjunto. Como
usuarios, podemos llevar a cabo algunas acciones cotidianas muy eficaces como
cerrar las persianas o contraventanas durante la noche y abrirlas durante el
día en invierno y viceversa en verano, ventilar la casa en verano cuando la temperatura
exterior es inferior (durante la noche y a primeras horas de la mañana), etc. Pero
a la hora de elegir vivienda es fundamental conocer ciertos aspectos como su orientación,
la calidad de los materiales empleados, la proximidad al transporte público y
los servicios, su entorno sensitivo (olores, ruido del tráfico, vistas…), su
capacidad de gestión de residuos, su grado de automatización (sistemas
domóticos, detectores de presencia…), etc. Esta información es fácilmente
accesible y define, en gran medida, el beneficio energético y medioambiental
que podemos obtener a lo largo de la vida útil de una vivienda.
Desde las administraciones, se
promueven algunas medidas para rehabilitación energética como la mejora de
aislamiento térmico, la sustitución de calderas y ascensores… que facilitan la
rentabilización de la inversión. En la Guía Práctica de la Energía, editada por
el IDAE, podemos encontrar datos con los que valorar una compra, alquiler o
reforma, aunque es recomendable analizar cada situación particular a fin de
obtener el máximo partido de nuestro entorno con el menor impacto.
[Texto: María Gradín / Imágenes: Alexis Aquino]
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