Para muchas personas, entre
las que me cuento, la buena arquitectura no hace ruido, por el contrario
busca alejarse de él, aunque no siempre lo consiga. Afortunadamente existen
magníficos ejemplos donde se impone la sutileza y la sensatez. Uno de éstos se
esconde en un pequeño pueblo del cantón suizo de los Grisones, donde se
encuentran las Termas de Vals de Peter Zumthor.
La simple aproximación al lugar
lo desvela como imponente a la vez que sereno. El silencio que impera alrededor
armoniza con una envolvente tan curiosa como elegante, imposible de ignorar. La
pizarra que lo reviste está cortada en finas lajas dispuestas horizontalmente unas
sobre otras, potenciando la estabilidad de todo el volumen. Los matices naturales
de la piedra se conjugan con la gama cromática del paisaje adaptando la escala del
edificio a su entorno.
Descifrar su misterioso contenido resulta complejo tomando en cuenta su forma de prisma horadado que no se afana en revelar su función a primera vista, invitando más bien a descubrirla en su interior, aventura que se me ocurre llamar la experiencia de los sentidos.
Esta experiencia comienza
cuando la entrada y la recepción se confabulan para disimular la riqueza de espacios
más profundos, pues al entrar se intuye que la obra está concebida para descubrirse
paso a paso, a un ritmo personal. Es la imagen más parecida a la exploración de
una caverna natural que se revela a medida que se avanza por su interior.
El recorrido obliga a parar
en los vestidores cuya penumbra invita al silencio. A continuación, un largo pasillo
envejecido de tiempo y humedad nos adentra en las profundidades de la caverna. La
vista, limitada por la estrechez del pasillo, da paso al sonido del agua en
movimiento en la distancia. Finalmente, al fondo, el resplandor de la luz
natural anuncia la llegada a un espacio de mayores proporciones: una gran sala abierta
al exterior a través de inmensas cristaleras en las que confluyen los rayos del
sol y la imagen del paisaje alpino. Desde aquí se puede apreciar la verdadera magnitud
de esta maravilla hasta ahora escondida.
Llama la atención que la pizarra del exterior aquí se presenta enriquecida con el juego de luces y sombras que se arrojan sobre ella enfatizando su textura irresistible al tacto. Las bandas luminosas que se filtran entre las fisuras de la cubierta contrastan con los reflejos oscilantes del agua de la piscina central que protagoniza el espacio.
Unos cuantos pasos en torno a este lago interior desvelan la existencia de pequeñas cámaras contenedoras de tesoros en forma de aguas cálidas, templadas y frías, en cuya inmersión se complace el cuerpo. Estos baños también estimulan la psiquis a través de las múltiples sensaciones que despierta el lugar, y el espíritu se calma bajo un plácido refugio.
Pero la aventura no parece
terminar cuando un canal de agua que penetra en la gran sala se muestra como
vía de escape al exterior. La cortina de vapor que emana del cálido lago
exterior aportando un aire de misterio mientras la caverna desaparece a
nuestras espaldas. La vista es seducida por la impresionante imagen de una
montaña cuya cercanía amenaza con volcarse sobre uno mismo.
Curiosamente, el camino de regreso, a pesar de ser conocido, se hace largo, largo porque el ritmo se ralentiza bajo el deseo de no abandonar este templo de bienestar.
[Texto: Alexis Aquino / Imágenes: Alexis Aquino, María Gradín]





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