domingo, 7 de octubre de 2012

Termas de Vals: cuando el paisaje reside en el interior…

Para muchas personas, entre las que me cuento, la buena arquitectura no hace ruido, por el contrario busca alejarse de él, aunque no siempre lo consiga. Afortunadamente existen magníficos ejemplos donde se impone la sutileza y la sensatez. Uno de éstos se esconde en un pequeño pueblo del cantón suizo de los Grisones, donde se encuentran las Termas de Vals de Peter Zumthor.

La simple aproximación al lugar lo desvela como imponente a la vez que sereno. El silencio que impera alrededor armoniza con una envolvente tan curiosa como elegante, imposible de ignorar. La pizarra que lo reviste está cortada en finas lajas dispuestas horizontalmente unas sobre otras, potenciando la estabilidad de todo el volumen. Los matices naturales de la piedra se conjugan con la gama cromática del paisaje adaptando la escala del edificio a su entorno.


Descifrar su misterioso contenido resulta complejo tomando en cuenta su forma de prisma horadado que no se afana en revelar su función a primera vista, invitando más bien a descubrirla en su interior, aventura que se me ocurre llamar la experiencia de los sentidos.

Esta experiencia comienza cuando la entrada y la recepción se confabulan para disimular la riqueza de espacios más profundos, pues al entrar se intuye que la obra está concebida para descubrirse paso a paso, a un ritmo personal. Es la imagen más parecida a la exploración de una caverna natural que se revela a medida que se avanza por su interior.


El recorrido obliga a parar en los vestidores cuya penumbra invita al silencio. A continuación, un largo pasillo envejecido de tiempo y humedad nos adentra en las profundidades de la caverna. La vista, limitada por la estrechez del pasillo, da paso al sonido del agua en movimiento en la distancia. Finalmente, al fondo, el resplandor de la luz natural anuncia la llegada a un espacio de mayores proporciones: una gran sala abierta al exterior a través de inmensas cristaleras en las que confluyen los rayos del sol y la imagen del paisaje alpino. Desde aquí se puede apreciar la verdadera magnitud de esta maravilla hasta ahora escondida.


Llama la atención que la pizarra del exterior aquí se presenta enriquecida con el juego de luces y sombras que se arrojan sobre ella enfatizando su textura irresistible al tacto. Las bandas luminosas que se filtran entre las fisuras de la cubierta contrastan con los reflejos oscilantes del agua de la piscina central que protagoniza el espacio.


Unos cuantos pasos en torno a este lago interior desvelan la existencia de pequeñas cámaras contenedoras de tesoros en forma de aguas cálidas, templadas y frías, en cuya inmersión se complace el cuerpo. Estos baños también estimulan la psiquis a través de las múltiples sensaciones que despierta el lugar, y el espíritu se calma bajo un plácido refugio.

Pero la aventura no parece terminar cuando un canal de agua que penetra en la gran sala se muestra como vía de escape al exterior. La cortina de vapor que emana del cálido lago exterior aportando un aire de misterio mientras la caverna desaparece a nuestras espaldas. La vista es seducida por la impresionante imagen de una montaña cuya cercanía amenaza con volcarse sobre uno mismo.


Curiosamente, el camino de regreso, a pesar de ser conocido, se hace largo, largo porque el ritmo se ralentiza bajo el deseo de no abandonar este templo de bienestar.


[Texto: Alexis Aquino  Imágenes: Alexis AquinoMaría Gradín]

No hay comentarios:

Publicar un comentario